sábado, 23 de septiembre de 2017

La alquimia. Algunos alquimistas

Veamos 5 grandes figuras de la alquimia que, a través de los siglos y en muchas civilizaciones, trabajaron por la búsqueda del último secreto de la vida.


KO HONG (HACIA 252-HACIA 333)



Históricamente, el primer alquimista conocido es un chino llamado Ko Hong, que según la costumbre china, obtuvo la apelación honorífica de Che K'iuan y el sobrenombre de Pao P'u-tso. Se trataba de un pensador taoísta de gran renombre, que nació en pleno siglo III de nuestra era y que murió hacia el año 333. Si situamos históricamente la existencia de este personaje que, como  es habitual en China, es al mismo tiempo auténtico y legendario, es simplemente porque fue el autor de un tratado de magia y de alquimia que ha llegado hasta nosotros, el Pao P'u-tso, de ahí su sobrenombre.
De nacimiento humilde, consiguió ascender en la jerarquía política de su tiempo, obteniendo un puesto oficial -lo que en esta época sucedía raramente- en una provincia en que la alquimia ya tenía bastante crédito, y donde pudo dedicarse a sus trabajos, inspirados en sus meditaciones sobre los textos taoístas.
Ko Hong no aspiraba a transformar el plomo en oro, sino a fabricar una sustancia mágica que volviese inmortal a quien la absorbiera. "Quienes absorban este polvo de la inmortalidad -escribió- verán cómo sus cabellos blancos se transformarán en negros, y los dientes que les faltan crecerán; recuperarán la fuerza que habían perdido. Los que tomen esta droga no envejecerán jamás, los ancianos se convertirán en jóvenes y vivirán eternamente."

ZÓSIMO DE PANÓPOLIS



"Si descubres mis tesoros, deja el oro para los que busquen su propia pérdida; pero al hallar el medio de comprender los caracteres, en poco tiempo reunirás todas las riquezas. Si, al contrario, tomas solamente las riquezas, te precipitarás hacia tu propia pérdida debido a los celos de los reyes, y no sólo de los reyes, sino de todos los hombres."
Así se explicaba este alquimista, al que no hay que confundir con el Papa del mismo nombre y que llegaría a ser también santo.
Zósimo de Panópolis era un historiador griego que vivió en la segunda mitad del siglo V de nuestra era. Su obra es testimonio de la decadencia romana, víctima de la subida al poder del cristianismo, que, como sabemos, se convertirá en la religión del poder. Pero también fue un alquimista eminente, cuyas obras se sitúan en la encrucijada de la Gran Obra realizada por los egipcios y los griegos, y que tuvieron una profunda repercusión en la mentalidad, las creencias y las costumbres de la Europa medieval.

AVICENA (980-1037)



Gran filósofo, matemático y alquimista árabe, Abu Ali al-Hosain ibn'Abdallah ibn Sina fue también maestro en geometría y en medicina, practicando y enseñando el arte de curar desde que contaba la edad de 16 años. Así pues, la lógica, la física, la metafísica, la astronomía, la astrología, la aritmética, la música, además de la medicina y de la geometría, no tenían secretos para él. Durante este período más agitador que agitado que fue el paso del milenio I al milenio II, sus trabajos y su obra fueron sin duda el origen de un giro en la historia de la humanidad en la aprehensión del saber y la ciencia; puesto que Avicena fue uno de los primeros en describir con mucha precisión el esqueleto del hombre en sus menores detalles. Definió con muca claridad los síntomas de la meningitis, los hemisferios derecho e izquierdo del cerebro y la naturaleza y orígenes de los tumores.
Su farmacopea, de una gran riqueza, estaba compuesta de pociones preparadas con mucho cuidado y precisión y era capaz de aliviar y curar muchos males.

NICOLÁS FLAMEL (1330-1418)



Se trata ciertamente del más célebre de los alquimistas, pero sin duda también el más misterioso y controvertido. Así, actualmente se sabe que la obra que se le atribuye, el Libro de las figuras jeroglíficas, no fue escrita hasta el siglo XVII, dos siglos después de su muerte. Sin embargo, antes de haber encontrado la Piedra filosofal -puesto que así es cómo se explica que este humilde escribano público se convirtiera en uno de los hombres más ricos e influyentes de su tiempo (aunque parece que NIcolás Flamel simplemente fue un hombre previsor y muy capacitado para hacer dinero, como se suele decir actualmente)-, fue iniciado en la cábala y la alquimia por alquimistas judeo-españoles cuando hizo un viaje en total clandestinidad hacia España, a espaldas de la Inquisición, que perseguía tanto a los judíos como a los cabalistas y alquimistas. De vuelta a París, Nicolás Flamel se dedicó día y noche a trabajos de alquimia y se hizo rico. ¿Fueron sus hallazgos alquímicos lo que le permitió pasar de repente de la indigencia a la prosperidad? No se sabe. Pero entre lo mejor de París de su época corría un rumor que le obligó a realizar un peregrinaje a Santiago de Compostela para demostrar su fe. A su muerte, la famosa fortuna del alqimista parisino ascendía aproximadamente a 800 libras. Sin duda una bonita suma, pero que no tenía nada de excepcional. En realidad, se ha comprobado que Nicolás Flamel heredó bienes de su compañera, Dame Pernelle, que murió en 1397.
Por eso, el rumor público pudo más que el alquimista, cuya obra siguió siendo, a pesar de todo, célebre.

PARACELSO (1493-1541)



Theophrastus Philippus Bombastus von Hohenheim nació en Suiza, en el cantón de Zurich. Su padre, médico, era profesor de ciencia química, es decir, de alquimia, puesto que así es cómo se la llamaba oficialmente. Gran médico, alquimista y profesor de estas ciencias a su vez por todas las universidades europeas, tuvo una actitud totalmente revolucionaria para su época, por un lado porque tomó la iniciativa de transmitir su saber en su lengua natal, el alemán, en vez del latín, y por otro lado porque se vanagloriaba de practicar la medicina basándose en la obra de Hipócrates, en lugar de Galeno, como era lo habitual. Por eso se le llamó el Lutero de la medicina. Por otro lado, los trabajos y la obra de Paracelso, titulada la Gran  cirugía y compuesta de 15 volúmenes, abrieron una vía de la medicina moderna homeopática y alopática.




jueves, 7 de septiembre de 2017

La alquimia. De la Tabla Esmeralda a la Obra negra


Intentar encontrar las raíces del nombre que se empleaba específicamente para designar la transmutación de metales, y que en el lenguaje corriente lo hemos adoptado para referirnos a cualquier tipo de transformación profunda, misteriosa y secreta, es perderse en un laberinto de hipótesis y especulaciones.

 En efecto, el foco original de este nombre, sin duda mucho más antiguo de lo que podamos pensar, tal vez procedente del griego khymos, que significa "jugo", que ha dado khymeia, "mezcla", o bien del griego khemia, que significaba "magia negra", derivado del copto shame, "negro", que designaba a los egipcios, los cuales pasaban por ser los maestros del arte de la alquimia, parece de hecho de origen árabe. Al kimia' sería, pues,  el término árabe para designar la alquimia, es decir, literalmente, el gran secreto, pero también el nombre árabe de la Piedra filosofal. Algunos especialistas en estas ramificaciones de la lengua, y sus formas múltiples, han visto efectivamente la raíz kama, que significa "guardar en secreto". Otros vieron también una raíz común con 'al-'iksir, el elixir.

Finalmente, para completar este análisis, debemos citar a los que, abreviando el camino, no sin fundamento, pretenden que el nombre original de alquimia, a través del griego, que a su vez es derivado del copto y del hebreo, y tal vez también del akkadio, simplemente vendría de Egipto. Es cierto que el shame copto, al que ya hemos hecho referencia, provenía del jeroglífico que designaba la tierra negra y cenagosa del valle del Nilo, que ha dado su nombre en egipcio, es decir, kem, de kemi, el negro. Inmediatamente, vemos el parecido entre 'al kimia, la Piedra filosofal según los árabes, y el kemi, según los egipcios.

LA OBRA NEGRA, DE LA EDAD MEDIA AL RENACIMIENTO

El "Negro", tal como se entiende en alquimia, es además el último estadio de la realización de la Gran Obra, que a su vez comprende tres obras: la Obra blanca, la Obra roja y la Obra negra.

Ahora bien, debemos comprender que la alquimia se consideraba tanto una ciencia, con todos sus experimentos y las aplicaciones que ello implica, como una filosofía. Sin embargo, actualmente, la búsqueda de los alquimistas nos parece tan utópica que tendemos a ocultar su aspecto científico, es decir, la tarea que llevaba a cabo el iniciado en su laboratorio, sometiéndose a reglas, métodos, leyes estrictas y rigurosas. Sin embargo, a partir del siglo XIII, en que asistimos a un verdadero reconocimiento de la alquimia en Europa, la cual goza del entusiasmo de muchos intelectuales de Occidente durante la Edad Media, hecho que ya no decaerá hasta la llegada de la ciencia moderna, el alquimista trabaja sobre todo, y con tenacidad, dentro de su laboratorio. Y es en esta búsqueda de la Gran Obra y pasando por todas las fases de la transmutación de metales, que posiblemente le permitirían encontrar la Piedra filosofal, es decir, haciendo dicho camino, pone su arte, su ciencia y sus investigaciones al servicio de la metalurgia, de la medicina, de la física y de la vida.

Así es cómo los orfebres, herreros, boticarios, incluso médicos, aunque no sean alquimistas, con frecuencia están relacionados con alquimistas, que, con el pretexto de experimentar con la transmutación de metales y con la posible perspectiva de conseguir algún día fabricar oro en el laboratorio, descubren mecanismos y procesos naturales, establecen fórmulas y procedimientos, algunos de los cuales, por ejemplo, aplicados al cuerpo humano, pueden tener efectos salvadores y saludables sobre la salud del hombre y de la mujer. En este sentido, está claro que el alquimista, encerrado en su laboratorio -a menudo situado en los monasterios- pero que, de 1270 a 1320 aproximadamente, por consiguiente, durante medio siglo, fue perseguido por la Iglesia y la Inquisición, como lo fueron indiscriminadamente los asesinos, los curanderos, los juglares o los médicos, es el ancestro del investigador o sabio que actualmente trabaja en su laboratorio.

No es de extrañar por tanto que en algunos lugares haya perdurado la célebre expresión "esto huele a azufre" para designar una situación que no nos parece conforme a las reglas y a las leyes, puesto que, poco a poco, los trabajos de los alquimistas perturban el orden establecido, que en aquel tiempo era sobre todo el de la Iglesia, como es bien sabido.
Además, también sabemos que, como siempre, aparecieron entre los alquimistas muchos charlatanes e impostores que, con la excusa de "hacerse de oro" -otra expresión que ha entrado en el lenguaje corriente-, fabricaban monedas falsas. Había que poner orden, lo que hizo el Papa Juan XXII por decreto, en 1317. Pero sobre todo durante el Renacimiento fue cuando la alquimia tuvo un auge extraordinario, al mismo tiempo que vemos un resurgimiento de la cábala y de los mitos de las civilizaciones antiguas, todo ello lo percibían los hombres del siglo XVI desde un punto de vista sintético y místico, que llevará, paradójicamente en apariencia y, en verdad, lógicamente, a una interpretación científica y mecánica del mundo y de la vida, que es la de hoy en día.

LA TABLA ESMERALDA


La Tabla Esmeralda, al igual que las Tablas de la Ley del judaísmo, transmite a los alquimistas una reglas que deben respetar.

Remontándonos aún más en el tiempo, encontramos un texto mítico, legendario, del que existe una versión bien real, sin que estemos muy seguros de los escritos que lo han inspirado, y que se considera la biblia de los alquimistas. Este texto se llama la Tabla Esmeralda. Su redacción se atribuye a un autor griego desconocido, que a su vez se habría inspirado en un texto egipcio, o tal vez babilónico, no se sabe, puesto que se han hecho diferentes interpretaciones al respecto.

En todo caso, nacieron muchas versiones de este texto corto, escritas en árabe y a menudo contradictorias en su contenido, entre los siglos XI y XIV; pero la más antigua sigue siendo un texto escrito en lengua siria, de unas veinte páginas, que data del año 934. La versión traducida a latín no se imprimiría hasta el siglo XVI, en pleno Renacimiento. Empieza así:

"Las palabras de los Secretos de Hermes, escritas en una Tabla Esmeralda que sostenía entre sus manos y descubiertas en una oscura cueva donde se encontró su cuerpo inhumado: Es verdad, sin mentiras, cierto y muy verdadero: Lo que está abajo es como lo que está arriba, y lo que está arriba es como lo que está abajo, para hacer los milagros de una sola cosa."



jueves, 31 de agosto de 2017

La alquimia. Los "señores del fuego"


Cuando hablamos de alquimia, inmediatamente nos viene a la mente aquel personaje sabio, inquietante, un tanto loco o iluminado, que trabaja en su laboratorio, llevando a cabo labores misteriosas, principalmente en una época medieval.
El alquimista es Fausto o Zenón, un ser maldito o marginal que ejerce un poder casi divino sobre la materia y que, por esta misma razón, comete una grave transgresión. ¿No es esta misma transgresión de carácter sagrado que se concede a la vida la que nos inquieta o nos subleva actualmente cuando observamos los trabajos o manipulaciones genéticas a las que se dedican algunos científicos y la que nos hace plantearnos si, al jugar con el elemento de la vida, no se está engendrando un proceso irreversible de consecuencias imprevisibles y desastrosas para la humanidad?
Ya subrayamos el vínculo histórico que existe entre el alquimista y la ciencia moderna, los trabajos de laboratorio del iniciado y los del investigador. Pero también debemos situar de nuevo la alquimia, cuya doctrina, reglas y leyes fueron enunciadas e instituidas sobre todo en la Edad Media, en su contexto histórico universal. Puesto que, una vez más, se trata de una ciencia del pasado, que nuestros antepasados ejercieron en todos los rincones del mundo. Se ejercía la alquimia, especialmente en Oriente Próximo, en Egipto y en la Grecia antigua, pero también en China.

LA ALQUIMIA EN LA ANTIGUEDAD

Para el hombre de la Antigüedad, la vida y todos los elementos de la naturaleza que la componen tienen un carácter sagrado innegable. Sin embargo, al catalogarlos, lo que parece que hicieron los sabios mesopotámicos por primera vez en la historia de la humanidad -al menos a juzgar por los descubrimientos arqueológicos de los siglos XIX y XX, aunque nada nos impide pensar que hubo un precedente, puesto que, después de todo, si nos referimos al mito de Oannes y los "brillantes apkallu", descubriremos que los sumerios, este pueblo misterioso salido del mar, cuyo origen se desconoce, ya disponían de cierto saber, que transmitieron a los hombres-, decíamos, pues, que los hombres de la Antigüedad adoptaron ya una actitud científica.
Los artesanos, los herreros, los médicos, incluso los cocineros, por ejemplo, al desarrollar las técnicas modernas, anticipadamente hacían las veces de alquimistas. En efecto, casi siempre, al combinar algunos elementos y materiales, creaban o producían nuevos productos y transformaban la naturaleza. Entonces, podemos considerar que al establecer reglas y límites a sus búsquedas, trabajos y aplicaciones prácticas, nuestros antepasados ya se preocupaban por la ética. Según ellos, había algunas leyes que no se podían transgredir. Con este espíritu surgieron los grandes principios a partir de los cuales nació la alquimia.
¿Puede ser de mayor actualidad esta preocupación? ¿El progreso de la genética no nos está empujando a definir nuevas reglas? ¿No estamos a punto de crear una nueva ética sin la cual el hombre contemporáneo tendería a crear monstruos?

Ahora bien, a pesar de su sentido de lo sagrado, de su interpretación divina y mítica de la vida, ¿sus motivaciones no eran ya las de ejercer un poder sobre dichos elementos, elevarse a la altura de los dioses, que sin duda adoraban, veneraban y temían, pero que también deseaban imitar, ya que se trataba de sus "modelos"? Tal vez por eso, fue precisamente en Mesopotamia donde aparecieron los primeros alquimistas; aunque es en el antiguo Egipto donde encontraremos auténticos sistemas, doctrinas y técnicas muy elaboradas, que no dejan ninguna duda sobre la naturaleza de los trabajos a los que ya se dedicaban algunos sabios egipcios. Al mismo tiempo, según las leyendas que han llegado hasta nuestros días, en China la alquimia tuvo sus primeras prácticas, a mediados del III milenio antes de nuestra era. Sin embargo, en estas civilizaciones, todavía no se hablaba de alquimia tal como la entendemos hoy en día y tal como fue instituida sobre todo en la Edad Media. Por eso, se puede considerar que todas las técnicas establecidas y empleadas en la Antigüedad, en Oriente Próximo, en Egipto o en China, entre otros países, afectaban a todas las ciencias que más tarde se agruparán bajo el término genérico de "alquimia".



EL ALQUIMISTA Y EL MITO DE PROMETEO

Prometeo, primo de Zeus, que en la mitología griega en realidad parece un dios secundario, pensándolo bien, es una divinidad fundamental. Em efecto, al igual que Khnum, el dios carnero egipcio -en el que se inspiraron los griegos para crear su dios cuyo nombre significa "previsión"-, se suponía que había dado forma a los primeros hombres con arcilla en un torno de alfarero. Según la leyenda mítica relacionada con él, Prometeo traiciona a Zeus dos veces para favorecer a los hombres, que él mismo había creado. La primera vez, les enseña a tomar la mejor parte de las víctimas sacrificadas, permitiéndoles así aprovechar la carne de buey; la segunda vez, al robar las chispas de fuego de la rueda del sol que Zeus había sustraído a los hombres, para devolvérselas a éstos, escondiéndolas en un bastón hueco. De tal manera, Prometeo es el dios de lo crudo (la materia) y de lo cocido (el fuego), que son evidentemente dos principios alquímicos.
"El alquimista, al igual que el herrero, y antes el alfarero, , es el "señor del fuego". Mediante el fuego efectúa la transición de la materia de un estado a otro. El alfarero, que fue el primero en lograr endurecer de manera considerable las "formas" que había moldeado con arcilla, gracias a las brasas, debía sentir la embriaguez del demiurgo: acababa de descubrir un agente de transmutación" (Mircea Eliade, Herreros y alquimistas.)

El fuego representará un papel primordial y esencial en alquimia. Los alquimistas serán denominados los "señores del fuego".





jueves, 24 de agosto de 2017

La alquimia. Los orígenes de la Gran Obra

La alquimia, arte sagrado, es ante todo una búsqueda espiritual, cuyo objetivo reside en encontrar la piedra filosofal.


El nacimiento y los orígenes de la alquimia estuvieron rodeados durante mucho tiempo de grandes misterios. De esta ciencia perfecta del pasado se suponía que iniciaba a sus seguidores en el poder de transformar el plomo en oro. Por eso, no se le podía enseñar a cualquiera. Para poder acceder a ella, había que ser elegido; puesto que aquél que consiguiera efectivamente convertir el plomo en oro sería el hombre más rico del mundo y también el más poderoso. Sin embargo, según las doctrinas alquímicas, este poder que ofrecían las riquezas temporales del mundo -obtenido gracias al poder ejercido sobre la materia, para transformarla a voluntad- sólo era un pretexto, un objetivo exterior, una especie de reto, como suele decirse hoy día, ya que el concepto de alquimia y la regla de oro de los alquimistas se basan en un principio común y esencial: que el espíritu pueda actuar sobre la materia, que ambos se penetren entre sí y, como consecuencia, efectúen una mutua transformación. Por consiguiente, para el alquimista, el hecho de actuar sobre la materia, y combinar sus elementos, ejercía una influencia sobre el estado de su espíritu, su mentalidad, sus pensamientos y su comportamiento. Asimismo, los cambios que se efectuaban en él podían ejercer una influencia sobre la materia, sobre el mundo físico, sobre la realidad tangible, incluso podían modificar el curso de su existencia.

LOS ORÍGENES SAGRADOS DE LA CIENCIA

Actualmente, concedemos ante todo un carácter utilitario a la ciencia. Nuestra sed de comprender y conocer los grandes principios y elementos de la vida y de la naturaleza carece del ingrediente de la admiración. Esta última ha sido sustituida por una voluntad de dominarlos y explotarlos, tanto para mejorar nuestra esperanza de supervivencia como para incrementar nuestro confort y, en adelante, para fines mercantiles.

Sin embargo, la alquimia, cuyos orígenes se remontan a la Antigüedad, y tal vez aún van más allá en el tiempo y en la historia de la humanidad, fue sin duda el primer análisis científico del estudio y de la aprehensión del mundo físico y material, en el sentido en que lo entendemos en la actualidad. A partir del siglo XIII de nuestra era la alquimia tuvo una mayor preeminencia, la cual duró hasta principios del siglo XX. Así, la historia de la ciencia y la de la alquimia se mezclan y se confunden, y la ciencia moderna no sería lo que es si los alquimistas no hubieran emprendido y llevado a cabo sus trabajos. Pero los alquimistas se iniciaban unos a otros en un arte sutil, que implicaba un sentido profundo y religioso de lo sagrado. En otros términos, al igual que los chamanes, sabían que ampliando los límites de una aprehensión espontánea y empírica del mundo, manipulaban formas, fuerzas y energías, que casi siempre concebían como espíritus-formas o espíritus-grupos, de los cuales sólo podían controlar las reacciones tomando infinitas precauciones y respetando escrupulosamente algunas reglas. Estas reglas se basaban en la creencia en un gran principio divino que, según ellos, había presidido la creación del mundo y, por consiguiente, se hallaba en la unidad primera y última de este mundo.



EL SEGUIDOR DE LA GRAN OBRA

El alquimista fue, pues, el primer aprendiz de hechicero, tal como se los representa hoy en día, capaz de reproducir en su laboratorio lo que la naturaleza y la vida crean de forma espontánea ante nuestros ojos, pero también capaz de intervenir e interferir en los grandes principios naturales y transformar la materia y transmutar los metales.

El seguidor de la ciencia de la alquimia aspiraba a cumplir la Gran Obra realizando las operaciones que podían tener un carácter mágico, pero que ya recurrían a la química, la física, las matemáticas, la astronomía y otras ciencias modernas, que se han convertido en patrimonio de especialistas y estaban bajo secreto. Esta Gran Obra consistía en descubrir o crear una obra fabulosa, sobrenatural y divina: la Piedra filosofal o Piedra de los Sabios o Sabiduría, buscada desde la más alta Antigüedad, objetivo último del Arte sagrado. Esta Piedra es la clave de toda vida y del conocimiento absoluto, de la medicina universal, del elixir de la eterna juventud, de la fuente de la Luz divina, de la perfección de la verdadera sabiduría. Pero lo que cuesta comprender actualmente es que esta búsqueda fuese más espiritual que temporal, y que el adepto no obtuviese ni alcanzase ningún resultado (etimológicamente, adeptus significa "el que ha alcanzado") en su laboratorio, sin que éste tuviera una repercusión inmediata, simultánea y profunda en sí mismo; puesto que, para el seguidor, la finalidad de la Gran Obra era, al mismo tiempo, la metamorfosis del alma, la elevación hasta el espíritu divino, la iluminación, en vez del poder ejercido sobre la materia. Al reproducir en su laboratorio la Obra de Dios, el alquimista se eleva hacia Él. Un texto extraído de un largo tratado de alquimia, cuyo origen, seguramente muy lejano, es oscuro, enumera una larga serie de manipulaciones que el adepto debe realizar para reproducir en un laboratorio la creación del mundo, tal como se nos describe en el Génesis. Pero antes de terminar, el autor realiza las precisiones siguientes, sin las cuales la operación no puede cumplirse: "Arrodíllate antes de emprender esta operación. Deja que tus ojos sean los jueces; puesto que así es como se creó el mundo". Luego, concluye con los términos siguientes: "Así verás claramente los secretos de Dios que, hasta ahora, te han sido ocultados como a un niño. Comprenderás lo que Moisés escribió sobre la creación; verás qué cuerpos tuvieron Adán y Eva antes de la Caída, lo que fueron la serpiente, el árbol y qué especie de fruta comieron; qué es el Paraíso y dónde se halla, y en qué cuerpos los Justos resucitarán, no en el que hemos obtenido mediante el Santo Espíritu, es decir, en un cuerpo parecido al que nuestro salvador trajo del cielo". (Este texto es de la obra de Abtala Jurain, Hyle und Coahyl, traducida del etíope al latín, y luego del latín al alemán por Johannes Elis Müller, Hamburgo, 1732; aparece citado por Carl Gustav Jung en Psicología y alquimia.)



lunes, 24 de julio de 2017

La cábala: El mito del Paraíso perdido


Veamos cómo, al combinar las letras-Número del código de la cábala, se puede interpretar el mito del Paraíso perdido, y cómo los cabalistas nos invitan a recuperarlo.

Existe una gran diferencia entre los redactores de la Biblia y aquellos que nos transmitieron el código de la cábala tal como la conocemos en la actualidad: los primeros trabajaron en un contexto agrícola, preocupado por la preservación social y la institución política, los segundos se preocuparon por el alma y la evolución espiritual, la mística y la comunión con la naturaleza por la tradición en el sentido puro y verdadero del término.

Por eso, a partir de principios del XI milenio antes de nuestra era, aproximadamente, hubo 5 innovaciones que produjeron un cambio radical en el estilo de vida y en la mentalidad, tal vez incluso provocaron un cambio en la estructura mental del ser humano. Se trata del riego, la agricultura. el sedentarismo, la construcción de ciudades y la ciencia de los hombres, que empieza por la escritura. No nos equivoquemos, estas 5 innovaciones, relativamente recientes en la historia de la humanidad, son la base misma de nuestra civilización moderna. Sin embargo, al contrario de los prejuicios e ideas en boga al respecto, no hace falta afirmar que son el origen de un gran progreso, un fantástico salto hacia delante para los hombres y las mujeres del planeta.

ENTRE EL PARAÍSO PERDIDO Y LA EDAD DE ORO

Sin duda alguna, visto desde fuera, el ser humano contemporáneo puede tener buenas razones para congratularse por su inmensa capacidad de invención y de su poder de realización. ¿Pero qué precio debe pagar para llegar a este punto? Si aquí nos hemos referido al mito del Paraíso perdido, o al de la Edad de Oro, que el fue prometida a la humanidad es para subrayar la dificultad de pertenecer al género humano, cualesquiera que sean los progresos realizados o lo que consideramos como tales. Estos mitos recurrentes nos acosan y nos hacen soñar, pero jamás nos tomamos el tiempo, ni el trabajo, de reflexionar con detenimiento sobre el tema. Esto es lo que la cábala nos anima a emprender. También es lo que nos invitan a hacer todos los místicos y profetas que, en función de su experiencia singular, y cada uno según su cultura y, por supuesto, su época, han mantenido el mismo discurso, también repetido, y que se puede resumir en esas palabras anónimas escritas en el frontal de la puerta de una ciudad de la India: "El mundo es un puente. Pasa por encima pero no fijes en él tu morada".

¿QUIENES SON ADÁN Y EVA?

El Paraíso o la Edad de Oro no son un lugar físico ni un tiempo pasado o futuro. Es un estado que hemos perdido y que podemos recobrar.
Así, actualmente, podemos muy bien situar el mito bíblico de Adán y Eva en aquel momento, finalmente no tan lejano de nuestra historia, en que los grupos humanos pasaron del estadio de cazadores-recolectores, es decir, todo el período denominado mesolítico, al de agricultores. En efecto, este cambio provocó un trastorno en su comportamiento y sus relaciones con la naturaleza; puesto que ciertamente, en este momento, es decir, cuando empezaron a cultivar la tierra, los hombres hicieron una analogía entre la tierra y la mujer y se identificaron a sí mismos con el cielo, ejerciendo una superioridad sobre la tierra y sobre las mujeres.
Antes de esto, los mitos de la Creación, es decir, las cosmogonías del mundo entero, se refieren a una especie de Cielo-mujer y a una Tierra-hombre.
El antiguo Egipto mantendrá esta doble noción personificada en Nut, la diosa del Cielo, y Geb, el dios de la Tierra. De ahí que los cazadores-recolectores convertidos en agricultores abandonaran los bosques paradisíacos en que solamente tenían que cazar y recolectar para alimentarse, en donde todos los frutos de la Tierra estaban al alcance de la mano, para pasar a labrar, sembrar, cosechar, es decir, someterse a los duros trabajos de la tierra que los han esclavizado. Se expulsaron, pues, a sí mismos del Paraíso.




Más tarde, cuando Caín mató a Abel, siempre según la cábala, se nos cuenta la misma historia pero en otras palabras. En efecto, Abel era un pastor, mientras Caín era un agricultor.
Matando su hermano, que encarna a los cazadores-recolectores, hace que triunfe la agricultura, pero es condenado a vagabundear eternamente.
Y Caín será el primero en construir ciudades.
El agricultor Caín será, por supuesto, simbólicamente, el pionero de la civilización moderna; puesto que las ciudades sólo han podido prosperar gracias a la agricultura, y sigue siendo así en la actualidad. Pero al convertirse en agricultores y luego en ciudadanos, es decir, en sedentarios, los hombres y las mujeres, representados simbólicamente por Adán, el ser humano primigenio, portador de un germen en formación (evidentemente según la cábala), abandonaron este lugar, el Jardín del Edén de la Biblia, para establecerse en lugares y en estados que impiden cualquier progresión, que han interrumpido la evolución que se les había prometido. Perdieron todo contacto real, innato y puro con la naturaleza de la que surgieron, y fueron desposeídos de muchas facultades que hoy llamamos instintivas o psíquicas, que les permitían tener una aprehensión global, universal y, en todo caso, unificadora, de la vida.
Ahora bien, las letras-Número de la cábala forman un lenguaje totalmente singular, único en su género, constituido por símbolos unificadores capaces de reactivar nuestras facultades psíquicas perdidas o dormidas, como las notas musicales empleadas en un instrumento, símbolos a partir de los cuales el músico obtiene los sonidos, acordes y armonías que producen en nosotros sensaciones, sentimientos y estados de ánimo. Según el investigador Guy Casaril: "Lejos de ser un juego de letras, cifras y palabras, el Tseruf [así es cómo Abraham Abulafia, místico judío y cabalista del siglo XII, llama a la ciencia de la asociación y permutación de las letras-Número del código de la cábala] es, pues, la técnica progresiva que permite al discípulo liberar su alma en un éxtasis provocado, del cual podrá controlar su desarrollo. Abulafia menosprecia las formas irracionales, y de alguna manera inconsciente del éxtasis, y los niveles de locura peligrosos. Para él, la práctica del Tseruf es una especie de composición del sentido musical. Así como el compositor combina las notas de la escala según unas reglas fijas, y no de forma anárquica, el místico combina las letras-Número siguiendo una severa técnica".



martes, 11 de julio de 2017

Las plantas mágicas y míticas XII: El tomillo, la verbena y la vid

Con una taza de tomillo para purificar nuestro organismo o para recuperar vitalidad, o con una taza de té árabe para pasar una noche dulce y ligera, o también un vaso de vino de vida, la bebida de los dioses, desde ahora sabremos por qué cuando brindamos decimos salud.

EL TOMILLO



El origen etimológico griego de su nombre significaba «ofrenda que se quema, perfume, aroma». Así que los griegos quemaban hojas de tomillo secas, de cuyo humo se desprendía un perfume dulce, como ofrenda a sus dioses y como muestra de agradecimiento. También el tomillo que encontramos en estado salvaje en las colinas que rodean el Mediterráneo, y del cual existen muchas especies, exhala de forma natural un perfume muy agradable. Sin embargo, desde la más alta Antigüedad, el tomillo y el serpol, que es una variedad del tomillo, además de considerarse plantas sagradas, se utilizaban comúnmente para fines culinarios, terapéuticos y estéticos. Los antiguos ya conocían los principios estimulantes, tónicos y balsámicos ―contiene un bálsamo natural capaz de suavizar las mucosas respiratorias― y, sobre todo, antisépticos, del tomillo. De manera que sabían que las infusiones de tomillo eran milagrosas para curar los catarros, combatir la angustia y la ansiedad, eliminar las malas ideas, estimular las funciones digestivas, curar el asma, y también eran conscientes de que la decocción de las hojas de esta planta, o su esencia mezclada con agua en un baño, revivifica el organismo y alivia los males reumáticos o artríticos. Los ingleses tenían por costumbre mezclarlo con cerveza. Según ellos, esta bebida de gusto sabroso les daba fuerza y valor. Señalemos de paso que el timo (antiguamente relacionado con el tomillo), que es una glándula situada en la base del cuello, más aparente en un niño que en un adulto, tiene un papel esencial en el sistema inmunitario y simboliza, pues, la vitalidad de un ser.

LA VERBENA



Verbenae, su nombre original latino, designaba las coronas de ramilletes de olivo, de laurel, de verbena y de mirto que los sacerdotes romanos se ponían en la cabeza a la hora de hacer los sacrificios que ofrecían a los dioses. Sin embargo, no era esta especie de verbena la que nuestros antepasados consideraban una hierba sagrada ―y que también empleaban como cataplasma para curar sus heridas y flemones―, sino la variedad llamada verbena olorosa o cidronela, importada de Chile por los europeos en el siglo XVIII y que hoy en día encontramos en nuestros jardines.
Y si la llamamos cidronela es simplemente porque exhala un dulce perfume acidulado que recuerda el del limón, que es un cítrico.
Aunque, según los griegos y los romanos, la verbena tenía el poder de eliminar los malos espíritus, y los hechiceros de la Edad Media la utilizaron durante mucho tiempo para preparar ungüentos y brebajes mágicos; pero, la verdad, es que gozaba de muy pocas virtudes terapéuticas. En cambio, la verbena olorosa, o cidronela, se reveló muy rica en cualidades medicinales y fue, por consiguiente, rápidamente adoptada por los farmacéuticos del siglo XVIII. Actualmente se conocen sus principios digestivos, tónicos, antiespasmódicos, sedantes y antineurálgicos. La infusión de verbena pasó a llamarse «té árabe», puesto que en el norte de África era costumbre beberla después de las comidas, para ayudar a la digestión y pasar una noche tranquila.
En cuanto a la primera especie de verbena, es bueno destacar que para los griegos era un atributo de Afrodita y que tenía fama de esconder virtudes afrodisíacas, lo que se reveló totalmente cierto.
Así pues, las hojas maceradas en vino de la hierba sagrada de nuestros antepasados se utilizaban, como es de sospechar, para algo más que para estimular el aparato digestivo.

LA VID



No podemos hablar de la vid sin hacer alusión a la uva y al vino. Según la leyenda mítica griega, Dioniso, Baco para los romanos, era el dios de la vid, del vino, u no de la ebriedad, como a veces se ha entendido peyorativamente, sino del éxtasis. Este matiz tiene su importancia si comprendemos que «ebriedad» viene de la palabra latina ebrius, que significaba «que ha bebido demasiado vino», mientras que éxtasis, viene del griego ektasis, cuyo sentido era «trance, arrebato». Por ello, el Baco de los romanos se asoció con la embriaguez que proporciona el vino cuando bebemos demasiado, mientras que en Grecia, en un principio, aquellos que se consagraban a los rituales iniciáticos del culto a Dioniso bebían vino para encontrar la inspiración divina. Concedían al vino el mismo uso que los chamanes o aztecas al peyote. De manera que, durante toda la Antigüedad, no solamente en la época griega, el vino se consideró la bebida de los dioses y la vid un árbol sagrado.
En Sumeria, en el III milenio antes de nuestra era, el símbolo que representaba la vida, llamado Hierba de Vida, no era otro que la hoja de parra. Mucho más tarde, este mismo símbolo aparece en los Evangelios del Nuevo Testamento, cuando Jesús utiliza la imagen de la vid como parábola del Reino de Dios: «Id vosotros también a la viña, y os daré lo que es justo» (San Mateo, 26, 27 y Marcos, 14, 23). Para terminar, destaquemos que nuestros antepasados sabían que la infusión de hojas de la vid era un excelente regulador de la circulación sanguínea, que combate todos las trastornos de las venas y varicosos, y que la uva posee propiedades «desintoxicadoras» del organismo, que estimula las funciones hepáticas y que posee virtudes energéticas fuertes y reconocidas.




lunes, 29 de mayo de 2017

Las plantas mágicas y míticas XI: La salvia, el tabaco y el té

Un vaso de vino de salvia para eliminar los malos humores; una pizca de hojas de tabaco secas y reducidas a polvo, para eliminar los malos pensamientos, y las jaquecas; y una taza de té untuoso y perfumado para tonificarse: es una receta para empezar bien el día.

LA SALVIA



Como el origen etimológico de su nombre indica, la salvia −del latín salvia, derivado de salvus que también ha dado «salvar»− ayuda a «estar bien de salud». ¿Significa eso que aquél que beba infusiones de salvia con regularidad está salvado? Podríamos pensarlo si nos atenemos a lo que decían los hombres de la Edad Media: « ¿Por qué muere el hombre en cuyo jardín crece la salvia?». Sin embargo, al mirarla, nadie lo diría. En efecto, su largo tallo un tanto seco está jalonado de ramas provistas de hojas ovaladas, gruesas, un poco vellosas, con flores violetas en espiga. En Egipto, en Grecia, así como en Roma, desde la más alta Antigüedad, la salvia se consideraba una planta sagrada de virtudes medicinales y salvadoras; ahora nos preguntamos por qué ha caído en desuso su reputación. En efecto, actualmente sabemos que la salvia contiene un aceite esencial, rico en componentes, principios y sustancias de gran eficacia terapéutica. Ya en el siglo XII, Hildegarda de Bingen alababa las virtudes del vino de salvia: «Si alguien tiene la nariz o la garganta muy tapada con mucosidades o tiene mal aliento, debe cocer salvia en vino, debe filtrarla a través de un trozo de tela y debe beberla a menudo, y los malos humores y las mucosidades disminuirán». La salvia posee muchas propiedades, como las de ser antiséptica, cicatrizante, calmar los trastornos nerviosos, los espasmos y combatir los estados depresivos, la fiebre, etc. Hay quien asegura que fumar hojas secas de salvia en una pipa tiene efectos prodigiosos para las crisis de asma o las bronquitis crónicas.

EL TABACO



Toma su nombre de una deformación fonética de otro nombre, tsibatl, que los indios arúas de Haití le dieron, designando así la caña que utilizaban para inhalar el humo de esta hierba y, de paso, las hojas secas de esta planta. De tal manera, desde tiempos inmemoriales, los indios de América fumaban tabaco. Sin embargo, fue en la época de los Grandes Descubrimientos, en el siglo XVI, cuando el tabaco llegó a Europa. Sobretodo fue el célebre Jean Nicot, embajador del rey Francisco II en la corte de España, quien hizo llegar el tabaco en polvo a Catalina de Médicis. Dicha sustancia, a su vez, se convirtió en la hierba Nicot. A finales del siglo XVIII, el químico francés Nicolás Vauquelin, miembro de la Academia de las Ciencias, aisló mediante oxidación un ácido que contenía un veneno violento que bautizó con el nombre de «nicotina» (en alusión a la hierba de Nicot) y que resultó ser también un poderoso excitante del sistema neurovegetativo. No nos extenderemos sobre el inmenso éxito que tiene la hierba de Nicot actualmente, ni sobre el enorme beneficio que genera el mercado internacional de explotación de este violento excitante, que también es un veneno. Nos conformaremos con revelar un aspecto menos conocido del tabaco, el cual, además de sus propiedades narcóticas bien conocidas, posee muchas otras virtudes que eran muy apreciadas por nuestros antepasados.
Así, las hojas de tabaco empleadas en decocción también tienen efectos purgantes reconocidos. Si se toman en infusión, resultan diuréticas.
Antiguamente, se apreciaban las hojas de tabaco secas y reducidas a polvo para aliviar las migrañas.
Por último, si los excesos de consumo de tabaco de los fumadores son los causantes de favorecer algunas apariciones cancerígenas, no olvidemos que, de todas formas, a partir del ácido nicotínico aislado por el tal Vauquelin se produjo uno de los mejores remedios contra la tuberculosis.

EL TÉ



Como es de sospechar, su nombre español tiene un origen asiático. De manera que se supone que deriva del teh malayo o del t'e chino. Según los chinos de la Antigüedad, fue el mítico emperador Shennong, llamado también «el Emperador de los remedios», quien, a principios del III milenio antes de nuestra era, según la leyenda, había revelado a su pueblo las virtudes de 365 plantas medicinales, entre las cuales estaban las hojas de té, euforizantes y tonificantes, además, de dar a conocer todos los puntos de acupuntura del cuerpo humano.
Es una especie de padre ancestral de la medicina china. Sin embargo, en Europa, no será hasta el siglo XVII cuando se conozcan las hojas indistintamente ovales, dentadas o puntiagudas, procedentes del arbusto original de Asia y que pueden llegar a alcanzar hasta 8 metros de altura. Y, como es sabido, sobre todo fue en Gran Bretaña donde de entrada ya obtuvo un gran éxito, que nunca más se ha desmentido.
Pero además de ser apreciado por su delicado gusto, a veces un poco amargo o muy perfumado, en función de su origen y las mezclas a que ha sido sometido −existen muchas variedades de té, algunas de las cuales se han mezclado con flores, como por ejemplo el té de jazmín−, sus propiedades terapéuticas también eran conocidas en China, antes de ser descubiertas y sabiamente explotadas por nuestros fitoterapeutas. De manera que posee virtudes diuréticas, resulta un excelente tónico psíquico y nervioso, favorece la relajación muscular y la eliminación de toxinas. La mezcla de vitamina C, de tanino y de clorofila que contiene el té hace que sea un excelente remedio contra las infecciones. Sin embargo, al igual que el café, y a veces incluso más que éste, el té puede trastornar el sueño y aumentar los nervios y la agitación. Se desaconseja, pues, beberlo por la noche.





martes, 23 de mayo de 2017

Las plantas mágicas y míticas X: El arroz, el romero y la caña

Del alimento de base a la nobleza de sentimientos asiática, pasando por las virtudes afrodisíacas del romero o rosmarino, el arroz, el romero y la caña, nos remontan a 3.000 años atrás, en Oriente, de donde salieron, para volver de nuevo a Occidente, donde siguen apreciándose.

EL ARROZ



Todos sabemos que este cereal, del cual existen más de 3.000 variedades, fue y sigue siendo el alimento básico de miles de millones de seres humanos. De manera que se producen más de 500 millones de toneladas de arroz cada año en el mundo, pero evidentemente es en Asia, de donde esta planta es originaria, donde se consumen más de las tres cuartas partes del mismo. Según una leyenda mítica china, llegó enviado por los dioses, que mandaron a cinco personajes a lomos de cabras, llevando cada uno una espiga de los siguientes cereales: avena, trigo, mijo, cebada y arroz. Tales personajes fueron a visitar la ciudad de Cantón y le entregaron al hombre dichas plantas. Se han encontrado restos del cultivo de arroz en Tailandia, que datan del V milenio antes de nuestra era. Por lo cual puede asegurarse que Oryza sativa, según su nombre latino, es una planta originaria del continente asiático. Además, casi se convirtió en un alimento sagrado para los chinos a partir del III milenio antes de Cristo. Sin embargo, su nombre sánscrito, vrihi, de donde deriva su nombre actual, podría hacernos creer que la cuna de esta gramínea es la India, y no Tailandia o China. A continuación, parece que se introdujo en Irán, a partir del siglo V antes de nuestra era y que, desde allí, conquistó Siria, Mesopotamia, Egipto y, luego, Europa. Este cereal es muy rico en vitaminas A, B1, B2 y B6, así como en calcio, fósforo, hierro, potasio, sodio, magnesio, cloro, yodo, cinc, flúor e incluso arsénico, entre otros. Pero además de ser nutritivo y energético, el arroz posee otras virtudes. El agua de arroz, por ejemplo, es un excelente remedio contra la diarrea y la hipertensión.

EL ROMERO



Rosmarinus, su nombre original en latín, se traduce, literalmente, como «rosmarino», y así se le llama en algunos lugares. El nombre de esta planta proviene de que, en la Antigüedad, en la que era muy apreciado, crecía en abundancia en estado salvaje a orillas del Mediterráneo. En efecto, se trata de un pequeño arbusto, provisto de tallos largos y rectos que pueden alcanzar hasta 1 metro de altura y que dan bonitas flores violetas o azul claro. En todo Oriente Medio, en Egipto, en Grecia y en Roma, fue muy apreciado por sus virtudes medicinales, a las que, a veces, los hombres de la Antigüedad atribuían poderes mágicos. Más tarde, los médicos árabes, en quienes se inspiraron los médicos renacentistas., hicieron un aceite esencial o esencia de romero, que se podía encontrar en todas las farmacias de la época. Pero antes de esto, en la Edad Media, el romero estaba presente asimismo en todos los jardines de los conventos y monasterios. No es que sea la panacea ni una hierba milagrosa, pero es cierto que posee propiedades notables. De manera que se trata de una planta de virtudes tonificantes, estomacales, es decir, que estimulan el estómago, antisépticas y antálgicas, que no es poco. Las infusiones de romero hacen maravillas y tienen efectos sedantes y curativos en caso de dolores de estómago, de indigestión, de trastornos hepáticos y de migrañas, por ejemplo. Por otra parte, tomar un baño a base de decocción de romero, preferentemente silvestre, puesto que sus principios son mucho más activos, se le recomienda a las personas que sufren anemia, que se sienten débiles, cansadas, agotadas o que se ven física o intelectualmente debilitadas. Pero tal vez no sea tan conocido que el romero posee, al igual que otras plantas, poderes afrodisíacos. Sin duda por ello, en la Antigüedad, se asociaba a algunos ritos nupciales. Por otro lado, hay que recordar que el nombre de «romero» puede proceder también del latín romarius (con el que asimismo se designaba a la planta), o bien obedezca a que resultó ser un arbusto frecuente en los caminos que tomaban los peregrinos que iban a Roma, es decir, los «romeros». Actualmente, una ramita de romero es la insignia de los aficionados taurinos seguidores de la figura Curro Romero.

LA CAÑA



La caña es la imagen del hombre de pie, que piensa y actúa, que se dobla y se encorva, pero que nunca se rompe. Al menos éste es el símbolo recurrente que se relaciona con ella. Sobre todo en Asia, el simbolismo de la caña va unido al del loto. Puesto que, al igual que esta ninfea, la caña está en contacto con el agua, y consecuentemente, con el principio femenino, aunque la rigidez de su tallo hace alusión al principio masculino, a la rectitud moral, a la firmeza de espíritu.
Así, en la India, la caña es una representación del Eje del mundo, el equivalente al Árbol de la Vida. Sin embargo, en Occidente, es más bien un símbolo de fragilidad. Pero debemos subrayar que la especie de caña que encontramos en Europa y la que crece en Asia no tienen nada que ver. De manera que la caña común es una planta vivaz que puede alcanzar los 6 metros de altura y que se encuentra en las orillas de arroyos y ríos, de estanques y de mares, posee un tallo delgado y frágil, mientras que la caña de bambú de Asia es tan sólida que se utiliza para construir casas o cercas. Sin embargo, la caña común, aunque no posea ningún atractivo, no por ello deja de tener propiedades medicinales.
De manera que su raíz preparada en decocción o en infusión es un excelente remedio contra las fiebres eruptivas, los dolores reumáticos y la cistitis. La caña amarga aparece también como un excelente diurético.




jueves, 18 de mayo de 2017

Las plantas mágicas y míticas IX: El peyote, la pimienta y la quina

"El mundo entero es un cactus, y a mí me halaga saberlo", canta Jacques Dutronc. Esto es lo que piensa el chamán mexicano acerca del peyote, ese cactus mágico cuyas propiedades alucinógenas sumergen a quien lo ingiere en una visión del mundo que podríamos llamar cósmica.

EL PEYOTE



Es un pequeño cactus grisáceo sin espinas que se encuentra exclusivamente en los altiplanos y mesetas desérticas del norte de México, y cuya raíz casi siempre es dos veces mayor que la planta misma. Su nombre viene del nahualt, el lenguaje de los antiguos mayas, y su pulpa contiene una sustancia alucinógena que los mexicanos llaman mezcalina, la mescalina. Los aztecas la llamaron teonanacatl, es decir «carne divina». Actualmente, en el noroeste de México, los indios coras y huichols ―cuyas lenguas y cultura todavía están impregnadas de las de sus antepasados― muestran una verdadera veneración por esta planta mágica y mítica, y realizan un ritual complejo bajo la dirección de un chamán, durante el cual los peregrinos deben purificarse antes de consumir un trozo crudo de este cactus de gusto amargo. Por supuesto, el chamán, para aumentar sus dones de curandero y adivino, también utiliza el peyote. Debemos saber que los mayas y los aztecas empleaban dicha planta y aprovechaban sus virtudes alucinógenas para fines iniciáticos. Para el chamán, el bienestar es una cuestión del espíritu. Ahora bien, según él, todo es espíritu y este mundo que llamamos real no es más que una visión, una emanación del espíritu o su reflejo. Gracias al peyote, puede tocar con los dedos y con el alma esta realidad más pura, profunda, absoluta que es la del espíritu. En Occidente, en los años sesenta, los adolescentes a menudo utilizaban una sustancia química derivada de la famosa mezcalina. Pero fuera de su contexto iniciático, el peyote tiene efectos perversos, más cercanos a la locura psiquiátrica que a la revelación espiritual.

LA PIMIENTA



Esta especie es conocida y apreciada desde la más alta Antigüedad. Su nombre es originario del latín pigmentum, que significaba «colorante para pintura», pero a la vez se utilizaba con el sentido de «droga» «ingrediente» y 
«condimento» . Procede de los frutos secados del pimentero, un arbusto tropical de 5 o 6 metros aproximadamente, que, en estado salvaje, a veces puede alcanzar 15 metros. Provisto de tallos bastante voluminosos y hojas ovales, anchas, puntiagudas y brillantes, produce bayas, primero verdes, luego amarillas y, finalmente, rojas. Aunque fue muy apreciada por nuestros antepasados por el gusto, que hoy llamamos picante, y esto desde Oriente Medio al Extremo Oriente, pasando por supuesto por Occidente y, sobre todo, Europa ―a quien se debe su redescubrimiento, especialmente en el siglo XV bajo la influencia del muy controvertido Marco Polo, volviendo de su pretendido viaje alrededor del mundo―, no carece de principios activos que hacen de ella un valioso remedio e incluso un afrodisíaco potente, que usaban con frecuencia los orientales, aunque con mucha prudencia. En China, en el siglo XII, se recomendaba masticar tres granos de pimienta pura, escupirlos en la palma de la mano y untarse el pene para exaltar el momento de la erección. En época muy cercana, al otro lado del mundo, en Europa, y más castamente, Hildegarda de Bingen aconsejaba: «Quien esté deprimido y no tenga apetito que tome un poco de pimienta con pan con sus alimentos, su bazo mejorará y su repugnancia hacia la comida cesará». La pimienta, reina de las plantas aromáticas, posee propiedades llamadas aperitivas, es decir, estimulantes del apetito, y funciones digestivas y estomacales. Además, en la Edad Media, al igual que en la Antigüedad, se tenía por costumbre masticar las bayas de pimienta crudas para estimular la fuerza física y recuperar cierta alegría de vivir.

LA QUINA



Otra vez volvemos a América del Sur, pero esta vez a la cordillera de los Andes, el país de los incas, el actual Perú, no para recoger los frutos llenos de granos aplanados de este árbol de la especie de las rubiáceas, de las que forma parte el cafeto, entre otras, sino su corteza o, más exactamente, «la corteza de las cortezas», como indica su nombre indio: kina-kina. Esta corteza contiene alcaloides, entre los cuales el más fuerte y el más conocido es la quinina, que hizo desempeñar a ese polvo de corteza de quina un verdadero papel de polvo mágico en la Europa del siglo XVII, la cual estaba muy enferma, sobre todo de sus médicos, de quienes, como es sabido, Quevedo, Molière y tantos otros se burlaron. En gran parte, inspirados en la quinina, los autores y actores del siglo XVII inventaron el término de «polvos de perlimpimpín», también llamados «polvos de la madre Celestina». Pero debemos reconocer que es cierto que era un remedio absolutamente milagroso. Por último, la quina se descubrió científicamente en 1820, pero no fue sintetizada hasta 1945 y se empleó como febrífuga y antiséptico. En el famoso período de las colonias, los europeos no hubieran podido sobrevivir en las regiones tropicales sin la quina, que obró maravillas en los casos de paludismo. Sin embargo, el polvo de quina ya lo utilizaban los incas desde hacía mucho tiempo y, seguramente, otros antes que ellos. Conocían sus virtudes tónicas, digestivas, febrífugas y antisépticas, que, por supuesto, son propiedades medicinales muy útiles para el hombre.
Sin duda ésta es la razón por la que Luis XIV compró una provisión de este polvo milagroso a precio de oro al caballero inglés Charles Talbot, duque de Shrewsbury, convencido por su médico, que también era el médico del principal hospital de París, de que se trataba de unos polvos capaces de curar todos los males.



martes, 11 de abril de 2017

Las plantas mágicas y míticas VIII: La mandrágora, el corazoncillo y la adormidera

Las plantas nos revelan toda su magia, desde la mandrágora afrodisíaca y mortífera, convertida en talismán, hasta la adormidera, que combate el insomnio, pero también proporciona el sueño eterno, pasando por el corazoncillo que expulsa el mal y los demonios.

LA MANDRÁGORA



Esta planta, a la cual los griegos dedicaban un verdadero culto —vieron en ella una forma humana y le concedieron unos poderes de carácter mágico—, para los asirios, egipcios, griegos y romanos era lo que el ginseng fue para los asiáticos. Pero así como el ginseng siempre suscita tanto interés en los hombres de Asia, y ahora en Europa y Occidente, parece que la mandrágora —que tuvo reputación de ser una fruta satánica, durante la Edad Media— y sus virtudes, aunque ricas y valiosas, pero peligrosas, no interesan mucho actualmente, ya que éstas pueden resultar fatales. En efecto, la mandrágora contiene un veneno mortal, la atropina, que toma su nombre de Atropos, una de las tres Parcas o divinidades del destino de la mitología griega, que tenían la función de hiladoras del destino humano, cuyo hilo se encargaba de cortar. Al respecto, la mandrágora presenta muchas similitudes con la belladona.
Sin embargo, lo que distingue a estas dos plantas —aparte de que no tienen el mismo aspecto, la raíz de la mandrágora puede alcanzar hasta 60 centímetros y recuerda la estructura de un cuerpo humano, mientras que la planta visible aparece bajo la forma de largas y anchas hojas que recubren el suelo sin elevarse— son las propiedades afrodisíacas de la mandrágora, que le valieron el nombre de planta fecundante. También era utilizada por sus virtudes somnífera, alucinógenas y anestésicas.
En la Edad Media, tanto por sus efectos como por su forma, se convirtió en un talismán muy buscado, que se empleaba para atraer el amor y protegerse de los maleficios.

EL CORAZONCILLO



Desde tiempos inmemoriales, el corazoncillo tiene reputación de ahuyentar el mal y los demonios. Normalmente era recogido el día del solsticio de verano, el 21 de junio, que corresponde al período de su floración, y se recomendaba llevarlo encima ese día para obtener el favor de los dioses. Esta tradición, que se remonta a la Antigüedad, se conservó durante la Edad Media, y se confunde más tarde con una cristianización del ritual. Así, dicha noche se puede recoger también la "verbena" o "hierba de San Juan", nombre que alude a Juan Bautista, "el Enviado de Dios", y que es celebrado pocos días más tarde, el 24 de junio, según el calendario general de la Iglesia romana. El corazoncillo se distingue porque sus hojas, que rodean a sus flores provistas de cinco pétalos amarillo oro, parecen repletas de miles de pequeños puntos negros, los cuales son, de hecho, innumerables glandulillas secretoras. Contienen una esencia antiséptica que obra maravillas en los tratamientos de heridas, equimosis, úlceras, quemaduras y todas las afecciones cutáneas y neuralgias reumáticas. Para ello, hay que dejar macerar las flores y las hojas frescas de corazoncillo que, por supuesto, se recomienda recoger el día del solsticio de verano, y guardar en una mezcla de aceite de oliva y vino blanco, durante 5 días. Pero éstas no son las únicas virtudes del corazoncillo, sino que también posee propiedades estimulantes y digestivas, astringentes, es decir, que favorecen la contracción de los tejidos y las mucosas, y aperitivas, es decir, que devuelven el apetito y fortalecen las funciones estomacales, además de ser febrífugas, vermífugas y diuréticas. Lo cual significa que el corazoncillo, en infusión, cura la bronquitis y el asma, combate la fiebre, descongestiona el hígado y el estómago y agudiza el apetito. Se trata de una planta milagrosa que nos da el jardín de la naturaleza.

LA ADORMIDERA




Según se utilicen sus granos o sus raíces, sus efectos resultan muy diferentes. Se trata, pues, de una planta de doble naturaleza, calmante o mortal. "Sus propiedades soporíficas son tan potentes, que si nos tomamos una dosis demasiado fuerte corremos el riesgo de morir durante el sueño. Su jugo se llama opio. Sabemos que fue absorbiendo una fuerte dosis de opio como se suicidó, en España, el padre del antiguo pretor Paulus Licinius Caecina, después de una terrible enfermedad que le hizo la vida insoportable, y éste es solamente un ejemplo entre tantos otros", así escribió Plinio el Viejo en sus tratados sobre botánica en el siglo I de nuestra era.
Desde la más alta Antigüedad, se tenía la costumbre de espolvorear algunos platos con granos de adormidera, o bien preparar pasteles a partir de granos de adormidera, siempre para favorecer la digestión y el sueño de los comensales. Durante mucho tiempo se creyó que esta planta era originaria de la India. Sin embargo, una tabla grabada en escritura cuneiforme, que data de finales del IV milenio antes de nuestra era —encontrada en Nippur, una ciudad sumeria de Mesopotamia—, menciona el cultivo de la adormidera y su uso narcótico. De hecho, parece que ciertas especies de adormidera crecen en todas partes del mundo y que los hombres conocieron muy pronto sus virtudes soporíficas, calmantes, analgésicas, sedantes e hipnóticas, aunque todavía no les daban todos estos calificativos, y sin saber que los granos de adormidera contenían sustancias químicas, muy conocidas hoy en día, con las que se elabora la morfina, la heroína, la codeína, etc. En todo caso, si se utiliza correctamente, esta bella y efímera flor es muy útil en caso de insomnio, ansiedad, en los estados infecciosos y en enfermedades agudas. Tiene el poder de disipar el dolor. Es fácil de entender, pues, por qué nuestros antepasados la apreciaban tanto.