jueves, 18 de mayo de 2017

Las plantas mágicas y míticas IX: El peyote, la pimienta y la quina

"El mundo entero es un cactus, y a mí me halaga saberlo", canta Jacques Dutronc. Esto es lo que piensa el chamán mexicano acerca del peyote, ese cactus mágico cuyas propiedades alucinógenas sumergen a quien lo ingiere en una visión del mundo que podríamos llamar cósmica.

EL PEYOTE



Es un pequeño cactus grisáceo sin espinas que se encuentra exclusivamente en los altiplanos y mesetas desérticas del norte de México, y cuya raíz casi siempre es dos veces mayor que la planta misma. Su nombre viene del nahualt, el lenguaje de los antiguos mayas, y su pulpa contiene una sustancia alucinógena que los mexicanos llaman mezcalina, la mescalina. Los aztecas la llamaron teonanacatl, es decir «carne divina». Actualmente, en el noroeste de México, los indios coras y huichols ―cuyas lenguas y cultura todavía están impregnadas de las de sus antepasados― muestran una verdadera veneración por esta planta mágica y mítica, y realizan un ritual complejo bajo la dirección de un chamán, durante el cual los peregrinos deben purificarse antes de consumir un trozo crudo de este cactus de gusto amargo. Por supuesto, el chamán, para aumentar sus dones de curandero y adivino, también utiliza el peyote. Debemos saber que los mayas y los aztecas empleaban dicha planta y aprovechaban sus virtudes alucinógenas para fines iniciáticos. Para el chamán, el bienestar es una cuestión del espíritu. Ahora bien, según él, todo es espíritu y este mundo que llamamos real no es más que una visión, una emanación del espíritu o su reflejo. Gracias al peyote, puede tocar con los dedos y con el alma esta realidad más pura, profunda, absoluta que es la del espíritu. En Occidente, en los años sesenta, los adolescentes a menudo utilizaban una sustancia química derivada de la famosa mezcalina. Pero fuera de su contexto iniciático, el peyote tiene efectos perversos, más cercanos a la locura psiquiátrica que a la revelación espiritual.

LA PIMIENTA



Esta especie es conocida y apreciada desde la más alta Antigüedad. Su nombre es originario del latín pigmentum, que significaba «colorante para pintura», pero a la vez se utilizaba con el sentido de «droga» «ingrediente» y 
«condimento» . Procede de los frutos secados del pimentero, un arbusto tropical de 5 o 6 metros aproximadamente, que, en estado salvaje, a veces puede alcanzar 15 metros. Provisto de tallos bastante voluminosos y hojas ovales, anchas, puntiagudas y brillantes, produce bayas, primero verdes, luego amarillas y, finalmente, rojas. Aunque fue muy apreciada por nuestros antepasados por el gusto, que hoy llamamos picante, y esto desde Oriente Medio al Extremo Oriente, pasando por supuesto por Occidente y, sobre todo, Europa ―a quien se debe su redescubrimiento, especialmente en el siglo XV bajo la influencia del muy controvertido Marco Polo, volviendo de su pretendido viaje alrededor del mundo―, no carece de principios activos que hacen de ella un valioso remedio e incluso un afrodisíaco potente, que usaban con frecuencia los orientales, aunque con mucha prudencia. En China, en el siglo XII, se recomendaba masticar tres granos de pimienta pura, escupirlos en la palma de la mano y untarse el pene para exaltar el momento de la erección. En época muy cercana, al otro lado del mundo, en Europa, y más castamente, Hildegarda de Bingen aconsejaba: «Quien esté deprimido y no tenga apetito que tome un poco de pimienta con pan con sus alimentos, su bazo mejorará y su repugnancia hacia la comida cesará». La pimienta, reina de las plantas aromáticas, posee propiedades llamadas aperitivas, es decir, estimulantes del apetito, y funciones digestivas y estomacales. Además, en la Edad Media, al igual que en la Antigüedad, se tenía por costumbre masticar las bayas de pimienta crudas para estimular la fuerza física y recuperar cierta alegría de vivir.

LA QUINA



Otra vez volvemos a América del Sur, pero esta vez a la cordillera de los Andes, el país de los incas, el actual Perú, no para recoger los frutos llenos de granos aplanados de este árbol de la especie de las rubiáceas, de las que forma parte el cafeto, entre otras, sino su corteza o, más exactamente, «la corteza de las cortezas», como indica su nombre indio: kina-kina. Esta corteza contiene alcaloides, entre los cuales el más fuerte y el más conocido es la quinina, que hizo desempeñar a ese polvo de corteza de quina un verdadero papel de polvo mágico en la Europa del siglo XVII, la cual estaba muy enferma, sobre todo de sus médicos, de quienes, como es sabido, Quevedo, Molière y tantos otros se burlaron. En gran parte, inspirados en la quinina, los autores y actores del siglo XVII inventaron el término de «polvos de perlimpimpín», también llamados «polvos de la madre Celestina». Pero debemos reconocer que es cierto que era un remedio absolutamente milagroso. Por último, la quina se descubrió científicamente en 1820, pero no fue sintetizada hasta 1945 y se empleó como febrífuga y antiséptico. En el famoso período de las colonias, los europeos no hubieran podido sobrevivir en las regiones tropicales sin la quina, que obró maravillas en los casos de paludismo. Sin embargo, el polvo de quina ya lo utilizaban los incas desde hacía mucho tiempo y, seguramente, otros antes que ellos. Conocían sus virtudes tónicas, digestivas, febrífugas y antisépticas, que, por supuesto, son propiedades medicinales muy útiles para el hombre.
Sin duda ésta es la razón por la que Luis XIV compró una provisión de este polvo milagroso a precio de oro al caballero inglés Charles Talbot, duque de Shrewsbury, convencido por su médico, que también era el médico del principal hospital de París, de que se trataba de unos polvos capaces de curar todos los males.



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